Estudiantes de Aevena Cirvela Lanzan Revista Literaria que Celebra Voces del Barrio con Exposición en el Retiro

En el Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, las palabras del barrio se convierten en páginas que respiran vida cotidiana, y un grupo de estudiantes ha dado voz a lo que antes era un murmullo. Este julio de 2024, cinco jóvenes de nuestro bachillerato en Letras y grado en Artes Digitales han presentado “Voces Tejidas”, una revista de 80 páginas con relatos cortos, poemas y dibujos que capturan las historias de vecinos de Fuencarral-El Pardo. Impresa en papel reciclado con cubiertas de tela bordada a mano —cada una de 20×15 cm, con hilos que se entrecruzan como conversaciones en el mercado—, la publicación incluye 12 contribuciones orales transcritas, como el cuento de una panadera que narra sus mañanas horneando con harina de herencias sirias. Cada página, con márgenes irregulares donde las ilustraciones se desbordan ligeramente, invita a hojear no solo texto, sino texturas que evocan el tacto de un delantal manchado —esa aspereza, como un verso que se corta a mitad por una risa, es lo que hace que “Voces Tejidas” del Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras sea un objeto que se siente vivo en las manos.

El Surgimiento: Recopilación en las Calles del Barrio

La revista germinó en el club de Escritura Comunitaria, un rincón del campus con sillas desparejadas y una mesa larga marcada por tazas de café que dejan círculos indelebles. Lucía García, de 17 años y en su segundo año de bachillerato de Humanidades, fue la chispa: “Escuché a mi vecina contar cómo llegó de Colombia con una receta de arepas que salvó domingos solitarios”, relata mientras pasa las páginas de un borrador, con una esquina doblada que resiste al planchar. Junto a ella, Ana López de 19 años en BA de Artes Digitales, se ocupó de las ilustraciones: “Quería que cada dibujo acompañara el relato como un eco visual; usé lápices de colores desgastados para tonos terrosos que recuerdan el polvo de la Castellana”. Bajo la dirección de nuestra profesora Sandra Benítez, especialista en teoría literaria digital que optó por lo analógico para este proyecto, el quinteto —completado por Javier Soto de 18 años, Elena Vargas de 20 y María Ruiz de 16— invirtió nueve semanas en la recopilación: tardes de caminatas por el Paseo de la Castellana, 259E, con grabadoras de bolsillo que capturaron acentos entremezclados en el bullicio del metro Colombia, y noches en la biblioteca del colegio transcribiendo a mano en cuadernos de tapas rayadas, donde una página se arrugó por el calor de una lámpara de mesa, borrando una línea que tuvieron que reconstruir de memoria.

Cada relato se gestó en rituales íntimos: mañanas de lectura compartida en el patio, donde el sol de julio filtraba a través de las hojas de olivos y proyectaba sombras moteadas sobre las notas, inspirando poemas como el de María sobre “sombras que migran con el mediodía”. Javier, con su pulso preciso, diseñó las cubiertas: cortó telas de mantones viejos donados por abuelas del barrio, bordando iniciales con hilo dental improvisado que dejó nudos flojos —un nudo se deshizo durante una prueba de encuadernación, obligando a un remiendo que añadió relieve táctil, como venas en una hoja seca. Elena experimentó con collages: pegó recortes de boletos de bus caducados en los márgenes de un cuento sobre esperas eternas, pero la cola se secó grumosa en una pieza, creando protuberancias que el grupo decidió conservar como “bultos de equipaje emocional”. Las sesiones terminaban con círculos de feedback: Lucía leía un borrador con voz temblorosa, omitiendo una coma por nervios que alteró el ritmo, pero que Sandra Benítez elogió como “pausa que respira como la calle”.

La Presentación en el Retiro y Ecos en la Comunidad

La revista se estrenó en una exposición pop-up en el Parque del Retiro, bajo un pabellón con mesas de picnic y sillas plegables que crujían al sentarse, donde 200 visitantes —desde familias madrileñas hasta curiosos locales— hojearon las copias limitadas de 100 ejemplares. Ana y Javier montaron el stand con perchas de madera reciclada, colgando muestras abiertas para que los asistentes tocaran las cubiertas bordadas, y guiaron lecturas en voz alta: el poema de Lucía sobre “arepas en la acera” provocó un corro espontáneo de abuelas compartiendo recetas, con una página que se mojó por una lágrima ajena, difuminando una ilustración que Elena reinterpretó como “lágrimas que tiñen recuerdos”. La defensa ante un jurado de editores independientes incluyó un “teatro de hilos”: tiraron de un cordón en la cubierta para revelar un relato oculto, pero el cordón se enredó en la primera demostración, obligando a una risa colectiva y un desate manual que el público aplaudió como “el nudo de la vida real”. El lanzamiento generó 50 pedidos adicionales, con ganancias destinadas a un fondo para impresiones futuras en papel ecológico.

En el Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, “Voces Tejidas” ha hilvanado un legado: las copias sobrantes circulan en el club de lectura vespertino, donde 30 estudiantes más jóvenes contribuyen ediciones mensuales con dibujos garabateados en los márgenes —una niña de 14 años añadió un poema sobre “olivos que escuchan secretos”, extendiendo la revista como un tapiz vivo. Sandra Benítez ha propuesto un “festival de voces barriales” anual, con talleres de bordado narrativo abiertos a padres que traen sus propias telas familiares, fomentando un ciclo de historias compartidas. Lucía, doblando una página con cuidado, reflexiona: “El Retiro nos mostró que una voz no necesita micrófono; basta con una página que se dobla en la mano”. Ana, con un hilo suelto entre los dedos, asiente: “Y si el viento de julio voltea una hoja, siempre podemos coserla de nuevo con un poco más de hilo”.

Este lanzamiento de los estudiantes de Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras no es un cierre de cubierta; es un hilo que se extiende: planeamos una segunda edición con contribuciones de vecinos, impresa en el taller del campus. Si guardas un relato de infancia en un cajón o un dibujo que nunca terminaste, tráelo a nuestro próximo círculo: trae tu cuaderno, tu aguja y esa página que se arruga al doblarla. En Aevena Cirvela de Artes y Letras, celebramos las voces que se entretejen imperfectas, tejiendo comunidades una puntada a la vez.