Poetas de Aevena Cirvela Despiertan el Barrio con Antología de Versos sobre Leyendas del Mercado de Cuatro Caminos

En el Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, los versos del mercado no son ecos lejanos; son murmullos que se elevan desde los puestos, tejiendo el ajetreo diario en poemas que crujen como cestas de mimbre. Este octubre de 2025, cinco estudiantes de nuestro bachillerato en Letras y grado en Letras y Humanidades Digitales han lanzado “Cestas de Sombras”, una antología de 56 páginas con 14 poemas que revive leyendas de Cuatro Caminos: desde la estrofa sobre la frutera que pesa sueños con balanzas oxidadas hasta el soneto del tendero que guarda secretos en frascos de especias. Impresa en papel kraft con cubiertas de cartón reciclado de cajas de frutas —cada una de 18×12 cm, con manchas de tinta que simulan huellas de manos curtidas—, la obra incluye ilustraciones a pluma que acompañan cada poema, con líneas que se bifurcan como venas en una hoja de parra. Cada verso, de 32 líneas con rimas que cojean por acentos del arrabal, invita a los lectores a añadir un final propio en las páginas finales en blanco, con alguna estrofa que tartamudea por un modismo olvidado —esa irregularidad, como un verso que tropieza en el bullicio, es lo que hace que “Cestas de Sombras” del Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras se sienta como una charla improvisada en el puesto de verduras, cruda y aromática.

El Nacimiento: Recopilación en los Puestos y Bocetos al Atardecer

La antología brotó en el taller de Poesía del Bazar, un rincón del campus con mesas salpicadas de semillas secas y sillas que crujen al inclinarse sobre libretas. Lucía García, de 17 años y en su segundo año de bachillerato de Letras, fue la tejedora de las leyendas: “Oí a la frutera de Cuatro Caminos contar cómo su balanza mide más que naranjas; quise rimarlo antes de que el sol lo seque”, relata mientras alisa un folio de borrador, con un pliegue terco que marca el lugar donde una idea se dobló bajo el peso del mediodía. A su lado, Javier Soto de 18 años, estudiante de Letras y Humanidades Digitales, se ocupó de los ritmos: “No bastaba con estrofas sueltas; cada poema debía seguir el ajetreo del mercado, con pausas que dejan espacio para el grito de ‘¡fresas frescas!’ o el regateo de una vecina”. Bajo la guía de nuestra profesora Patricia Callejo, que trajo su cuaderno de coplas populares andaluces para encender chispas, el quinteto —completado por Ana López de 19 años, Elena Vargas de 20, María Ruiz de 16 y Carlos Méndez de 21— invirtió ocho semanas en la recopilación: mañanas de rondas por el mercado de Cuatro Caminos con libretas en el bolsillo capturando murmullos de tenderos sobre “especias que curan resacas de sábado”, y tardes en el patio del Paseo de la Castellana, 259E, transcribiendo a mano en cuadernos de espiral que se atascaban por páginas sueltas, donde una hoja se arrugó por el calor de una lámpara de mesa, obligando a plancharla con la plancha de la conserje del colegio, dejando una marca amarillenta como piel curtida por el sol del mediodía.

Cada poema se esculpió en rutinas cercanas: atardeceres en el patio, donde el sol de octubre filtraba a través de las ramas de olivos y proyectaba sombras ramificadas que guiaron las metáforas, como el de María sobre “frascos de especias que guardan juramentos rotos”. Ana, con su oído para lo rítmico, compuso un ciclo de seis estrofas sobre “la balanza que pesa anhelos de fruta”, pero una rima se torció por un modismo olvidado en la tercera línea, un “exceso local” que Patricia Callejo celebró como “el tartamudeo que hace vivo el verso del bazar”. Elena experimentó con ilustraciones: dibujó con pluma un puesto de frutas en la cuarta página, pero la tinta se corrió por una gota de agua de una botella volcada, creando venas que el grupo integró como “aromas que se filtran en la masa del poema”. Las noches culminaban en lecturas en corro: Carlos recitaba con voz entrecortada, saltándose una coma por el nerviosismo que alteraba el ritmo, pero que Javier transformó en una pausa sobre “silencios que pesan como naranjas maduras”.

La Presentación en el Patio y Ecos en el Mercado

La antología se desgranó en el patio del Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, con cojines de retales dispuestos en círculo y linternas de papel que parpadeaban como luciérnagas torpes, donde 52 vecinos —desde fruteras con delantales hasta niños con libretas virgenes— oyeron poemas recitados en voz alta. Javier y Lucía dirigieron el montaje con taburetes de madera reciclada, invitando al público a “añadir un verso” en las tarjetas compartidas —una frutera escribió sobre “naranjas que saben a despedidas”, hilando la lectura en vivo. La narración incluyó un “coro de aromas”: el elenco extendió folios abiertos para que los espectadores tocaran las ilustraciones, revelando texturas —una mano callosa tiró de un borde arrugado y sacó una estrofa oculta, pero el borde se desprendió en la segunda interacción, provocando una risa general y un arreglo manual que los asistentes aplaudieron como “el pulso vivo del bazar”. La velada generó 18 tarjetas llenas de aportes, con versos destinados a una antología digital comunitaria.

En el Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, “Cestas de Sombras” ha desatado un flujo de murmullos: las tarjetas de los visitantes circulan en el club de poesía vespertino, donde 24 estudiantes más jóvenes contribuyen estrofas quincenales con rimas garabateadas en los márgenes —un chico de 15 años añadió un verso sobre “balanzas que miden anhelos de fruta”, extendiendo la antología como un tapiz en crecimiento. Patricia Callejo ha propuesto un “ciclo de sombras del bazar” bimestral, con lecturas en puestos locales abiertas a tenderos que traen sus balanzas para inspirar, fomentando un círculo de poesía compartida. Ana, doblando una página con delicadeza, reflexiona: “El patio nos mostró que un verso no necesita escenario; basta con un olivo que lo acoge”. Javier, con una coma tachada en su borrador, asiente: “Y si el viento de octubre voltea una hoja, siempre podemos anclarla con una rima más terrenal”.

Este lanzamiento de los poetas del Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras no es un punto final; es un murmullo que se extiende: planeamos sesiones en el mercado de Cuatro Caminos con aportes de fruteras del barrio, recitadas en el salón del campus. Si guardas un verso de mercado en el recuerdo o un murmullo de tendero que pide rima, tráelo a nuestra próxima lectura: trae tu libretas, tu lápiz mordido y esa coma que olvidaste. En Aevena Cirvela de Artes y Letras, celebramos los murmullos imperfectos del bazar, tejiendo poesía una pausa a la vez.


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