Poetas de Aevena Cirvela Encienden el Otoño con Recital de Versos que Rescatan Leyendas del Mercado de Cuatro Caminos

En el Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, los versos otoñales no son hojas secas que caen; son chispas que encienden relatos del mercado, convirtiendo el bullicio de puestos en rimas que se enredan como hilos de lana en un telar improvisado. Este octubre de 2025, cinco estudiantes de nuestro bachillerato en Letras y grado en Letras y Humanidades Digitales han presentado “Mercado de Sombras”, un recital de 12 poemas que revive leyendas de Cuatro Caminos: desde la fábula de la frutera que pesa sueños con balanzas oxidadas hasta el soneto sobre el tendero que guarda secretos en frascos de especias. Recitado en el patio del campus en Paseo de la Castellana, 259E, con micrófonos de lata caseros y sillas de madera que crujen al inclinarse, cada poema de 28 líneas se acompaña de ilustraciones a pluma en folletos de papel kraft —de 16×11 cm, con márgenes ondeados donde las palabras se desbordan como charcos post-lluvia—. Cada recitación, con diálogos poéticos que tartamudean por acentos del arrabal, invita al público de 60 vecinos a añadir un verso propio en tarjetas de cartón reciclado, con alguna rima que cojea por una sílaba extra —esa irregularidad, como un verso que tropieza en el viento, es lo que hace que “Mercado de Sombras” del Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras se sienta como una charla improvisada en el puesto de frutas, cruda y aromática.

El Ensayo: Recopilación en el Mercado y Alientos Compartidos

El recital cobró vida en el taller de Poesía del Bazar, un rincón del campus con mesas salpicadas de semillas secas y sillas que crujen al inclinarse sobre libretas. Ana López, de 19 años y en su tercer semestre de BA en Letras y Humanidades Digitales, fue la guardiana de las leyendas: “Oí a la frutera de Cuatro Caminos contar cómo su balanza mide más que naranjas; quise rimarlo antes de que el sol lo seque”, relata mientras alisa un folio de borrador, con un pliegue terco que marca el lugar donde una idea se dobló bajo el peso del mediodía. A su lado, Javier Soto de 18 años, estudiante de bachillerato en Letras, se ocupó de los ritmos: “No bastaba con estrofas sueltas; cada poema debía seguir el ajetreo del mercado, con pausas que dejan espacio para el grito de ‘¡fresas frescas!’ o el regateo de una vecina”. Bajo la guía de nuestra profesora Patricia Callejo, que trajo su cuaderno de coplas populares andaluces para encender chispas, el quinteto —completado por Lucía García de 17 años, Elena Vargas de 20, María Ruiz de 16 y Carlos Méndez de 21— invirtió nueve semanas en la recopilación: mañanas de rondas por el mercado de Cuatro Caminos con libretas en el bolsillo capturando murmullos de tenderos sobre “especias que curan resacas de sábado”, y tardes en el patio del Paseo de la Castellana, 259E, transcribiendo a mano en cuadernos de espiral que se atascaban por páginas sueltas, donde una hoja se arrugó por el calor de una lámpara de mesa, obligando a plancharla con la plancha de la conserje del colegio, dejando una marca amarillenta como piel curtida por el sol del mediodía.

Cada poema se esculpió en rutinas cercanas: atardeceres en el patio, donde el sol de octubre filtraba a través de las ramas de olivos y proyectaba sombras ramificadas que guiaron las metáforas, como el de María sobre “frascos de especias que guardan juramentos rotos”. Lucía, con su sensibilidad para lo sonoro, compuso un ciclo de seis estrofas sobre “la balanza que pesa anhelos de fruta”, pero una rima se torció por un modismo olvidado en la tercera línea, un “exceso local” que Patricia Callejo celebró como “el tartamudeo que hace vivo el verso del bazar”. Elena experimentó con ilustraciones: dibujó con pluma un puesto de frutas en la cuarta página, pero la tinta se corrió por una gota de agua de una botella volcada, creando venas que el grupo integró como “aromas que se filtran en la masa del poema”. Las noches culminaban en lecturas en corro: Carlos recitaba con voz entrecortada, saltándose una coma por el nerviosismo que alteraba el ritmo, pero que Javier transformó en una pausa sobre “silencios que pesan como naranjas maduras”.

El Recital Bajo los Olivos y Ecos en el Mercado

El recital se desgranó en el patio del Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, con cojines de retales dispuestos en círculo y linternas de papel que parpadeaban como luciérnagas torpes, donde 55 vecinos —desde fruteras con delantales hasta niños con libretas virgenes— oyeron poemas recitados en voz alta. Ana y Javier dirigieron el montaje con taburetes de madera reciclada, invitando al público a “añadir un verso” en las tarjetas compartidas —una frutera escribió sobre “naranjas que saben a despedidas”, hilando la lectura en vivo. La narración incluyó un “coro de aromas”: el elenco extendió folios abiertos para que los espectadores tocaran las ilustraciones, revelando texturas —una mano callosa tiró de un borde arrugado y sacó una estrofa oculta, pero el borde se desprendió en la segunda interacción, provocando una risa general y un arreglo manual que los asistentes aplaudieron como “el pulso vivo del bazar”. La velada generó 22 tarjetas llenas de aportes, con versos destinados a una antología digital comunitaria.

En el Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, el recital de “Mercado de Sombras” ha desatado un flujo de murmullos: las tarjetas de los visitantes circulan en el club de poesía vespertino, donde 26 estudiantes más jóvenes contribuyen estrofas quincenales con rimas garabateadas en los márgenes —un chico de 15 años añadió un verso sobre “balanzas que miden anhelos de fruta”, extendiendo el recital como un tapiz en crecimiento. Patricia Callejo ha propuesto un “ciclo de sombras del bazar” bimestral, con lecturas en puestos locales abiertas a tenderos que traen sus balanzas para inspirar, fomentando un círculo de poesía compartida. Javier, doblando una página con delicadeza, reflexiona: “El patio nos mostró que un verso no necesita escenario; basta con un olivo que lo acoge”. Lucía, con una coma tachada en su borrador, asiente: “Y si el viento de octubre voltea una hoja, siempre podemos anclarla con una rima más terrenal”.

Este recital de los poetas del Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras no es un punto final; es un murmullo que se extiende: planeamos sesiones en el mercado de Cuatro Caminos con aportes de fruteras del barrio, recitadas en el salón del campus. Si guardas un verso de mercado en el recuerdo o un murmullo de tendero que pide rima, tráelo a nuestra próxima lectura: trae tu libretas, tu lápiz mordido y esa coma que olvidaste. En Aevena Cirvela de Artes y Letras, celebramos los murmullos imperfectos del bazar, tejiendo poesía una pausa a la vez.


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