Poetas de Aevena Cirvela Inician Festival de Versos Barriales con Lecturas Bajo los Olivos del Patio

En el Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, los versos barriales no son ecos lejanos; son murmullos que se elevan desde el suelo empedrado, tejiendo la tela cotidiana en poemas que se leen en voz alta con el viento como compás. Este junio de 2025, seis estudiantes de nuestro bachillerato en Letras y grado en Letras y Humanidades Digitales han inaugurado el Festival de Versos Barriales, un ciclo de cuatro lecturas al aire libre en el patio del campus en Paseo de la Castellana, 259E, que celebra las voces de Fuencarral-El Pardo: desde estrofas sobre el tendero que pesa frutas con balanza de recuerdos hasta sonetos que capturan el tintineo de llaves en la puerta de hierro forjado al atardecer. Cada sesión, de 60 minutos con poemas de 30 líneas recitados en círculo bajo los olivos centenarios, incluye invitaciones a vecinos para añadir un verso propio en libretas compartidas de tapas de corcho —de 15×10 cm, con páginas que se arrugan por el roce de manos callosas—. Cada lectura, con diálogos poéticos que se enredan por acentos locales, invita al público a sentarse en cojines de retales cosidos a mano, con alguna rima que cojea por una sílaba extra —esa irregularidad, como un verso que tropieza en la brisa, es lo que hace que el Festival de Versos Barriales del Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras se sienta como una charla improvisada en la plaza, cruda y cercana.

El Ensayo: Recopilación en el Mercado y Bocetos al Atardecer

El festival cobró forma en el taller de Poesía Cotidiana, un rincón del campus con sillas de madera crujiente y una mesa central donde las tazas de infusión dejan halos que se convierten en constelaciones poéticas. Lucía García, de 17 años y en su segundo año de bachillerato de Letras, fue la tejedora de las voces: “Escuché al panadero del mercado de Cuatro Caminos contar cómo su horno guarda aromas de los sesenta; quise rimarlo antes de que el humo se lo lleve”, relata mientras dobla un folio de borrador, con un pliegue terco que marca el lugar donde una idea se dobló bajo el peso de la duda. A su lado, Javier Soto de 18 años, estudiante de Letras y Humanidades Digitales, se ocupó de los ritmos: “No bastaba con estrofas sueltas; cada poema debía seguir el pulso del barrio, con pausas que dejan espacio para el claxon lejano”. Bajo la guía de nuestra profesora Patricia Callejo, que trajo su cuaderno de versos populares andaluces para encender chispas, el sexteto —completado por Ana López de 19 años, Elena Vargas de 20, María Ruiz de 16 y Carlos Méndez de 21— invirtió ocho semanas en la recopilación: mañanas de rondas por el Paseo de la Castellana, 259E, con libretas en el bolsillo capturando murmullos de vendedores sobre “frutas que pesan como promesas rotas”, y tardes en el patio transcribiendo a mano en cuadernos de espiral que se atascaban por páginas sueltas, donde una hoja se arrugó por el calor de una lámpara de mesa, obligando a plancharla con la plancha de la conserje del colegio, dejando una marca amarillenta como piel curtida por el sol.

Cada poema se esculpió en rutinas cercanas: atardeceres en el patio, donde el sol de junio filtraba a través de las ramas de olivos y proyectaba sombras ramificadas que guiaron las metáforas, como el de María sobre “llaves que abren puertas a tardes de confidencias”. Ana, con su oído para lo rítmico, compuso un ciclo de cinco estrofas sobre “el tendero que mide sueños con su balanza”, pero una rima se torció por un modismo olvidado en la tercera línea, un “exceso local” que Patricia Callejo celebró como “el tartamudeo que hace vivo el verso”. Carlos experimentó con ilustraciones: dibujó con pluma un horno panadero en la segunda página, pero la tinta se corrió por una gota de agua de una botella volcada, creando venas que el grupo integró como “aromas que se filtran en la masa”. Las noches culminaban en lecturas en corro: Elena recitaba con voz entrecortada, saltándose una coma por el nerviosismo que alteraba el ritmo, pero que Javier transformó en una pausa sobre “silencios que pesan como frutas maduras”.

La Primera Lectura Bajo los Olivos y Ecos en el Barrio

El festival se inauguró en el patio del Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, con cojines de retales dispuestos en círculo y linternas de papel que parpadeaban como luciérnagas torpes, donde 75 vecinos —desde abuelas con pañuelos hasta niños con libretas virgenes— oyeron poemas recitados en voz alta. Lucía y Javier dirigieron el montaje con taburetes de madera reciclada, invitando al público a “añadir un verso” en las libretas compartidas —una abuela escribió sobre “olivos que guardan secretos de vendavales”, hilando la lectura en vivo. La sesión incluyó un “coro de murmullos”: el elenco extendió páginas abiertas para que los espectadores tocaran las ilustraciones, revelando texturas —una mano callosa tiró de un borde arrugado y sacó una estrofa oculta, pero el borde se desprendió en la segunda interacción, provocando una risa general y un arreglo manual que los asistentes aplaudieron como “el pulso vivo del barrio”. La velada generó 35 libretas llenas de aportes, con versos destinados a una antología digital comunitaria.

En el Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, el Festival de Versos Barriales ha desatado un flujo de murmullos: las libretas de los visitantes circulan en el club de poesía vespertino, donde 31 estudiantes más jóvenes contribuyen estrofas quincenales con rimas garabateadas en los márgenes —un chico de 15 años añadió un verso sobre “balanzas que miden anhelos de fruta”, extendiendo el festival como un tapiz en crecimiento. Patricia Callejo ha propuesto un “ciclo de murmullos extendido” bimestral, con lecturas en mercados locales abiertas a tenderos que traen sus balanzas para inspirar, fomentando un círculo de poesía compartida. Ana, doblando una página con delicadeza, reflexiona: “El patio nos mostró que un verso no necesita auditorio; basta con un olivo que lo acoge”. Javier, con una coma tachada en su borrador, asiente: “Y si el viento de junio voltea una hoja, siempre podemos anclarla con una rima más terrenal”.

Este inicio del Festival de Versos Barriales del Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras no es un punto final; es un murmullo que se extiende: planeamos sesiones en la plaza de Fuencarral con aportes de paseantes del metro Colombia, recitadas en el salón del campus. Si guardas un verso de mercado en el recuerdo o un murmullo de tendero que pide rima, tráelo a nuestra próxima lectura: trae tu libretas, tu lápiz mordido y esa coma que olvidaste. En Aevena Cirvela de Artes y Letras, celebramos los murmullos imperfectos del barrio, tejiendo poesía una pausa a la vez.


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