En el Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, los cuentos de invierno no son solo palabras bajo una manta; son linternas que alumbran recuerdos congelados en el hielo del barrio, derritiéndolos en relatos que calientan el alma. Este enero de 2025, cinco estudiantes de nuestro bachillerato en Letras y grado en Diseño Gráfico y Artes Visuales han inaugurado “Nieves que Susurran”, una exposición de diez cuentos ilustrados que captura las primeras nevadas de Fuencarral-El Pardo: desde la narración de un barrendero que barre copos con escoba de historias hasta un poema sobre botas infantiles que dejan huellas en el patio escolar. Montada en el salón de actos del campus con paneles de corcho reciclado —cada cuento en un marco de 40×30 cm, con ilustraciones a acuarela que se emborronan ligeramente por el vapor de las tazas de chocolate caliente—, la muestra incluye audios grabados de lecturas vecinales, con voces que tartamudean por el frío. Cada pieza, de 600 palabras con diálogos que se enredan como ramas heladas, invita a los visitantes a añadir una línea propia en tarjetas de papel nevado —esa aspereza, como una ilustración que se moja por una gota rebelde, es lo que hace que la exposición del Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras se sienta como un abrazo torpe pero sincero en la estación fría.
El Nacimiento: Recopilación Bajo la Primera Nieve
La exposición cobró forma en el taller de Narrativa Estacional, un espacio con sillas tapizadas que crujen por el uso y una mesa central donde las tazas de té dejan círculos que se convierten en lunares de invierno. Ana López, de 19 años y en su tercer semestre de BFA en Diseño Gráfico, fue la guardiana de la idea: “Vi la primera nevada en el Paseo de la Castellana y recordé cómo mi abuela contaba de copos que borraban deudas en los cuarenta; quise dibujarlo antes de que se derritiera”, relata mientras alisa un boceto arrugado, con un pliegue que marca el lugar donde una tormenta de ideas la dobló de noche. A su lado, Javier Soto de 18 años, estudiante de bachillerato en Letras, se ocupó de los diálogos: “No bastaba con describir la pala del barrendero; sus frases debían sonar como raspaduras en el hielo, con pausas que dejan vapor en el aire”. Bajo la dirección de nuestra profesora Paloma Díaz, que trajo su álbum de cuentos invernales familiares para encender chispas, el quinteto —completado por Lucía García de 17 años, Elena Vargas de 20 y María Ruiz de 16— dedicó ocho semanas a la caza de ecos: mañanas de rondas por el barrio bajo copos tímidos, con libretas impermeables que se empañaban por el aliento, capturando el relato de una vecina que “barre nieve con recuerdos de posguerra”, y tardes en el taller del Paseo de la Castellana, 259E, transcribiendo a mano en cuadernos de tapas gélidas, donde una hoja se congeló por el roce con una ventana empañada, obligando a descongelarla con el calor de las manos, dejando una marca borrosa como niebla matutina.
Cada cuento se esculpió en rutinas gélidas: amaneceres en el patio, donde la escarcha cubría las mesas y obligaba a soplar sobre las páginas para que la tinta no se cuarteara, inspirando el de Lucía sobre “botas que pisan sueños blancos en el recreo”. María, con su tacto para lo sensorial, compuso un relato de 550 palabras sobre la panadera que amasa con harina de nevadas pasadas, pero una metáfora se torció por un adjetivo helado en la segunda página, un “frío excesivo” que Paloma Díaz celebró como “el escalofrío que eriza la piel del lector”. Elena experimentó con ilustraciones: acuareló una pala barrendera en la cuarta pieza, pero el pincel se endureció por el frío del taller, dejando trazos irregulares que el grupo integró como “grietas en el hielo de la memoria”. Las noches culminaban en lecturas junto a la chimenea improvisada del salón, con Javier recitando con voz ronca por el vapor del chocolate, saltándose un punto por el calor que empañaba sus gafas, pero que Ana transformó en una pausa sobre “respiros que derriten versos”.
La Inauguración en el Salón y Calor en el Barrio
La exposición se desplegó en el salón de actos del Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, con paneles iluminados por guirnaldas de luces LED que parpadeaban como estrellas titubeantes, donde 80 visitantes —desde abuelos con bufandas hasta niños con guantes desparejados— oyeron cuentos leídos en voz alta. Lucía y Javier armaron el recorrido con caballetes de madera reciclada, invitando a los asistentes a “deshielo” un cuento añadiendo una frase en tarjetas de papel glasé —un abuelo escribió sobre “palas que barren penas de juventud”, hilando la muestra en vivo. La inauguración incluyó un “coro de copos”: extendieron páginas abiertas para que el público tocara las ilustraciones, revelando texturas —una mano infantil tiró de un hilo en la cubierta y sacó un relato oculto, pero el hilo se enredó en la tercera demostración, provocando una risa general y un desate paciente que los vecinos aplaudieron como “el nudo del invierno compartido”. La velada generó 40 donaciones para un fondo de impresiones ecológicas, con ganancias destinadas a talleres gratuitos para niños del barrio.
En el Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, “Nieves que Susurran” ha deshecho un manto de silencio: las tarjetas con aportes de visitantes circulan en el club de cuentos invernal, donde 28 estudiantes más jóvenes contribuyen ediciones semanales con dibujos garabateados en los márgenes —una niña de 14 años acuareló una pala con copos torcidos, extendiendo la exposición como un paisaje en deshielo. Paloma Díaz ha propuesto un “ciclo de nieves contadas” mensual, con lecturas en plazas nevadas abiertas a barrenderos que traen sus herramientas para inspirar, fomentando un flujo de relatos compartidos. Ana, alisando un boceto con un pliegue terco, reflexiona: “El salón nos mostró que un cuento no necesita nieve perpetua; basta con una mano que lo calienta”. Javier, con una coma empañada en su borrador, asiente: “Y si el frío de enero cuartea una página, siempre podemos derretirla con una palabra más tibia”.
Este lanzamiento de los estudiantes del Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras no es un copo aislado; es una nevada que se acumula: planeamos una itinerancia por bibliotecas locales con aportes de paseantes del Retiro, encuadernada en el taller del campus. Si guardas un recuerdo de botas en la nieve o un dibujo de palas heladas, tráelo a nuestro próximo círculo: trae tu libretas, tu pincel endurecido y esa frase que se enfría al escribirla. En Aevena Cirvela de Artes y Letras, celebramos los susurros imperfectos del invierno, tejiendo comunidades una huella a la vez.
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