En el Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, los cuentos no son reliquias en un cajón; son herramientas que desentierran oficios que el tiempo ha cubierto de polvo, dándoles nueva piel en palabras cotidianas. Este noviembre de 2024, seis estudiantes de nuestro bachillerato en Letras y grado en Letras y Humanidades Digitales han lanzado “Manos que Narran”, una antología de 72 páginas con ocho cuentos ilustrados que reviven los saberes artesanales de Fuencarral-El Pardo: desde la zapatera que remienda suelas con hilo de memoria hasta el herrero que forja herraduras con ecos de herrerías antiguas. Encadernada en tapa blanda con cubiertas de papel reciclado de periódicos locales —cada una de 21×14 cm, con manchas de tinta que simulan huellas dactilares—, la obra incluye dibujos a pluma que acompañan cada relato, con líneas que se bifurcan como venas en una mano curtida. Cada cuento, de unas 800 palabras con diálogos que cojean por acentos barriales, invita a leer en voz alta, con alguna frase que se enreda por un modismo olvidado —esa torpeza, como un remiendo que no queda plano, es lo que infunde a “Manos que Narran” del Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras la calidez de un taller improvisado.
El Origen: Entrevistas en el Mercado y Bocetos Nocturnos
La antología surgió en el seminario de Narrativa Artesanal, un rincón del campus con mesas de caballete salpicadas de virutas de lápiz y sillas que crujen al inclinarse sobre libretas. Elena Vargas, de 20 años y en su segundo año de BA en Letras y Humanidades Digitales, fue la tejedora inicial: “Oí a la costurera del mercado de Cuatro Caminos contar cómo un alfiler perdido en los cuarenta salvó una boda; quise coserlo en palabras que no se deshicieran”, explica mientras alisa una página de borrador, con un pliegue rebelde que marca el lugar donde una idea se dobló bajo el peso de la duda. A su lado, Javier Soto de 18 años, estudiante de bachillerato en Letras, se encargó de los diálogos: “No bastaba con describir el yunque del herrero; sus frases debían sonar como martillazos, con repeticiones que resuenan como ecos en la fragua”. Bajo la tutela de nuestra profesora Sandra Benítez, que trajo su propia colección de cuentos orales andaluces para inspirar, el sexteto —completado por Lucía García de 17 años, Ana López de 19, María Ruiz de 16 y Carlos Méndez de 21— invirtió once semanas en la recolección: mañanas de rondas por el Paseo de la Castellana, 259E, con grabadoras de botón que capturaron el roce de tijeras en la charla de la modista, y tardes en el taller del colegio transcribiendo a mano en cuadernos de tapas agrietadas, donde una hoja se soltó por el hilo flojo de la espiral, obligando a pegar con cinta adhesiva que dejó un borde amarillento como piel envejecida.
Cada cuento se moldeó en rutinas cercanas: atardeceres en el patio, donde el sol de noviembre filtraba a través de las ramas de olivos y proyectaba sombras ramificadas que guiaron las tramas, como el de María sobre “la tejedora que hila nubes en tardes de tormenta”. Lucía, con su sensibilidad para lo táctil, compuso un relato de 750 palabras sobre la panadera que amasa con levadura de abuelas, pero una metáfora se enredó por un adjetivo sobrante en la tercera página, un “exceso” que Sandra Benítez celebró como “el relleno que da cuerpo al pan de la historia”. Carlos experimentó con ilustraciones: dibujó con pluma un yunque herrero en la sexta página, pero la tinta se corrió por una gota de agua de una botella volcada, creando venas que el grupo integró como “sangre del metal”. Las noches cerraban con lecturas en corro: Ana recitaba con voz entrecortada, saltándose un punto y coma por el nerviosismo que alteraba el ritmo, pero que Javier transformó en una pausa intencional sobre “silencios que forjan palabras”.
La Presentación en la Biblioteca Municipal y Ecos en el Barrio
La antología se desplegó en la biblioteca municipal de Fuencarral-El Pardo, en un salón con mesas de roble pulido y lámparas que proyectaban círculos cálidos sobre las pilas de ejemplares, donde 120 vecinos —desde jubilados con bastones hasta niños con cuadernos virgenes— oyeron extractos leídos en voz alta. Javier y Lucía armaron el stand con cestas de mimbre llenas de 150 copias limitadas, invitando a los asistentes a “adoptar” un cuento escribiendo una frase propia en las páginas finales en blanco —un lector añadió una línea sobre “el zapatero que remienda zapatos y almas”, hilando la obra en vivo. La defensa ante un jurado de escritores locales incluyó un “coro de manos”: extendieron páginas abiertas para que el público tocara las ilustraciones, revelando texturas —una mano arrugada tiró de un hilo en la cubierta y sacó un relato oculto, pero el hilo se atascó en la segunda demostración, provocando una risa general y un desate paciente que el jurado aplaudió como “el nudo de la tradición oral”. El premio, con 1.800 euros y una distribución en bibliotecas regionales, reconoció la antología por su “tejido de oficios cotidianos con voz literaria, anclada en el barrio con autenticidad palpable”.
En el Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, “Manos que Narran” ha desatado un flujo de relatos: las copias excedentes circulan en el club de cuentos vespertino, donde 35 estudiantes más jóvenes aportan ediciones bisemanales con ilustraciones garabateadas en los márgenes —un chico de 15 años dibujó un herrero con martillo torcido, extendiendo la antología como un tapiz en expansión. Sandra Benítez ha propuesto un “ciclo de oficios contados” bimestral, con lecturas en mercados locales abiertas a artesanos que traen sus herramientas para inspirar, fomentando un círculo de narrativas compartidas. Elena, alisando una página con un pliegue terco, reflexiona: “La biblioteca nos mostró que un cuento no necesita estantería; basta con una mano que lo pasa”. Javier, con una coma tachada en su borrador, asiente: “Y si el otoño moja una hoja, siempre podemos secarla con una palabra más seca”.
Este lanzamiento de los escritores del Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras no es un remate final; es un hilo que se extiende: planeamos una segunda antología con aportes de herreros y costureras del barrio, encuadernada en el taller del campus. Si guardas un oficio familiar en el recuerdo o un dibujo de manos callosas, tráelo a nuestro próximo corro: trae tu libretas, tu pluma mordida y esa frase que se enreda al escribirla. En Aevena Cirvela de Artes y Letras, celebramos los relatos imperfectos de las manos que crean, tejiendo comunidades una puntada a la vez.
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