En el Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, donde cada trazo de lápiz cuenta una porción de la ciudad que nos acoge, un grupo de estudiantes ha transformado las grietas de las aceras en narrativas ilustradas que viajan lejos. Este marzo de 2024, tres jóvenes talentos de nuestro programa de Diseño Gráfico y Artes Visuales han recibido el Premio Iberoamericano de Ilustración en la categoría de Narrativa Urbana, otorgado por la Feria del Libro de Guadalajara. Su serie, “Grietas con Memoria”, consta de 18 ilustraciones en acuarela y lápiz sobre papel artesanal de 25×35 cm, que capturan los patrones invisibles de la vida en Fuencarral-El Pardo: desde las sombras alargadas de los olivos en el patio del colegio hasta los grafitis desvaídos en las paredes del Paseo de la Castellana, 259E. Cada imagen, con sus bordes irregulares y salpicaduras accidentales de color, invita a descubrir historias ocultas, como la de un vendedor ambulante que deja huellas de barro en el asfalto —esa aspereza, como un dibujo que se emborrona por una gota de lluvia, es lo que infunde a la obra de Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras una calidez que trasciende el papel.
El Proceso Creativo: De las Calles al Cuaderno
La serie nació en las sesiones de campo de nuestro taller de Ilustración Narrativa, un curso vespertino donde los estudiantes salen con libretas bajo el brazo y regresan con las manos manchadas de tierra y carbón. María Vargas, de 20 años y en su segundo año de BFA en Diseño Gráfico, fue la visionaria: “Caminaba por el barrio y veía cómo las grietas en la acera seguían el ritmo de las conversaciones en el mercado, como venas de una ciudad que respira”, relata mientras alisa una hoja arrugada, con un pliegue que resiste como un recuerdo terco. A su lado, Javier Soto, de 18 años y estudiante de bachillerato en Artes Visuales, se encargó de los detalles finos: “Quería que cada grieta contara un patrón, no solo una línea rota; usé plantillas de cartón cortadas con tijeras oxidadas para transferir texturas reales del suelo”. Bajo la tutela de nuestra profesora Paloma Díaz, experta en diseño interactivo que adaptó sus técnicas analógicas para este proyecto, el trío —completado por Elena López, de 19 años en su BA de Artes Digitales— dedicó seis semanas a documentar el entorno: mañanas de observación en el metro Colombia, esbozando siluetas de pasajeros con paraguas goteantes, y tardes en el taller del campus, donde el vapor de las tazas de té empañaba las ventanas y difuminaba los contornos de los dibujos.
La primera ilustración, “El Eco del Paso”, retrata una grieta en forma de rama que se ramifica desde una baldosa rota, inspirada en las pisadas apresuradas de madres llevando a sus hijos al colegio; María la pintó con acuarelas diluidas en agua de lluvia recolectada esa misma semana, logrando un efecto translúcido que deja ver capas subyacentes de lápiz, pero con una mancha accidental de azul que se extendió como una vena azulada, simbolizando un río subterráneo olvidado. La secuencia progresa con patrones más complejos: la séptima muestra un grafiti borroso en una pared del barrio, con líneas que se entrecruzan como conversaciones superpuestas en un café local, donde Elena incorporó hilos de lana teñida a mano para añadir relieve táctil —un hilo se soltó durante el montaje, dejando un bucle suelto que el equipo decidió conservar como “eco de la voz que se pierde”. Los fines de semana, el grupo se reunía en el patio del Paseo de la Castellana, 259E, bajo los olivos centenarios, donde el viento primaveral volteaba las páginas y borraba bordes, obligando a redibujar con más precisión, pero también inyectando espontaneidad: una hoja voló y aterrizó en un charco, difuminando un patrón en tonos terrosos que inspiró la ilustración final, “Raíces Urbanas”, con sus contornos suaves como un susurro.
No todo fue un lienzo liso; los imprevistos salpimentaron el proceso con lecciones humanas. En la tercera semana, un corte de luz en el taller dejó al grupo trabajando a la luz de linternas de móvil, con sombras danzantes que distorsionaron proporciones y llevaron a una ilustración “fantasmal” que, aunque descartada inicialmente, se recicló como boceto para una variante sobre “sombras de la memoria colectiva”. Paloma Díaz, con su habitual franqueza, admite: “Ese apagón nos frustró, pero nos enseñó que la oscuridad revela contornos que la luz borra”. Elena, siempre la optimista, añadió hilos dorados a una pieza para “iluminar” las grietas, un toque que elevó el conjunto de descriptivo a poético.
El Reconocimiento en Guadalajara y Ondas en el Barrio
Las ilustraciones cruzaron el Atlántico para exhibirse en la Feria del Libro de Guadalajara, donde compitieron con 120 entradas de escuelas iberoamericanas en un pabellón con mesas de madera pulida y focos que proyectaban las obras como vitrales vivientes. María y Javier, escoltados por Paloma Díaz, montaron su stand con las piezas enmarcadas en madera reciclada del barrio, explicando a un jurado de ilustradores mexicanos y españoles cómo cada grieta evoca no solo arquitectura, sino ritmos sociales: la undécima ilustración, con sus líneas curvas como un abrazo en una cola de panadería, generó un debate animado sobre “patrones emocionales en el urbanismo cotidiano”. La defensa tuvo su encanto imperfecto: Elena tropezó con un cable suelto al gesticular, haciendo tintinear las ilustraciones colgadas, lo que el jurado interpretó como “un ritmo urbano accidental” y aplaudió con calidez. El premio, que incluye 4.000 euros y una residencia de dos semanas en un taller de Oaxaca, celebra la serie por su “integración sensorial de lo visual y lo táctil, con un anclaje en la identidad local que resuena iberoamericanamente”.
Atrás en el Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, el galardón ha hilvanado entusiasmo colectivo: las ilustraciones ahora forman un mural permanente en el pasillo del taller, con hilos colgantes que alumnos más jóvenes “siguen” con los dedos durante las visitas guiadas, agregando notas adhesivas con sus propias grietas personales —un niño de 14 años pegó un dibujo de una grieta en su mochila, extendiendo la narrativa. Paloma Díaz ha impulsado un concurso interno de “Patrones del Barrio”, donde estudiantes de todos los niveles documentan texturas locales con móviles y lápices, premiando no solo la precisión, sino la historia detrás de cada trazo. María, enrollando un hilo sobrante de su kit de viaje, confiesa: “Guadalajara me hizo ver que una grieta no es un defecto; es una invitación a mirar más profundo”. Javier, con un nuevo boceto en la mano, asiente: “Y si el viento borra un contorno, siempre podemos redibujarlo con un poco más de color”.
Este triunfo de los ilustradores de Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras en el Premio Iberoamericano de Ilustración no cierra un ciclo; abre un carrete infinito: estamos organizando una exposición pop-up en el mercado de Fuencarral, donde vecinos podrán “tejer” sus patrones a las ilustraciones originales con hilos donados. Si portas un cuaderno con trazos indecisos o una historia de barrio que pide ser dibujada, únete a nuestro próximo taller: trae tu lápiz, tu retazo de tela y esa mancha que tanto te molesta. En Aevena Cirvela de Artes y Letras, celebramos las grietas que nos hacen únicos, convirtiéndolas en patrones que unen comunidades, una línea irregular a la vez.
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