En el Colegio Aevena Cirvela de Artes y Letras, donde las palabras se convierten en puentes entre el pasado y el presente, un grupo de estudiantes ha tejido una historia que resuena más allá de nuestras aulas. Este octubre de 2023, el equipo formado por cuatro jóvenes talentos —dos de bachillerato en Letras y dos de grado en Artes Digitales— se ha llevado el codiciado Premio Nacional de Narrativa Emergente, convocado por el Ministerio de Cultura. Su obra, “Sombras en la Castellana”, no es un simple relato: es un cuaderno interactivo de 120 páginas que entreteje memorias olvidadas de inmigrantes madrileños con ilustraciones táctiles y mapas dibujados a mano, invitando al lector a “tocar” la historia de Fuencarral-El Pardo como si fueran las calles empedradas de nuestro barrio. Imagina abrir un libro donde las páginas crujen con texturas de cartón reciclado, y al pasarlas, surgen relatos de abuelas sirias que horneaban pan en sótanos durante la posguerra: esa calidez imperfecta, con alguna mancha de tinta que simula una lágrima seca, es lo que hace única su creación, recordándonos que las narrativas humanas no son lineales, sino llenas de pliegues y sorpresas.
De la Idea Inicial a las Páginas Vivientes
El proyecto germinó en nuestro seminario de Narrativa Aplicada, un espacio semanal donde estudiantes de diferentes niveles se sientan en círculo alrededor de una mesa larga, con tazas de té humeante y pilas de cuadernos desordenados. Lucía García, de 17 años y en su primer año de bachillerato de Humanidades, fue la chispa: “Quería rescatar las voces de mi vecina marroquí, que cuenta cómo llegó a Madrid en los setenta con una maleta de sueños rotos”, nos explica con los ojos brillantes, aún con un poco de harina en las manos de un taller reciente. Junto a ella, Elena Vargas, de 20 años y estudiante de BA en Artes Digitales, aportó el diseño: “No bastaba con escribir; había que hacer que el lector sintiera el peso de esas maletas”. Bajo la tutela de nuestra profesora Patricia Callejo, especialista en humanidades computacionales —aunque aquí optamos por lo analógico para honrar el tacto humano—, el cuarteto se lanzó a un mes de trabajo intenso en la biblioteca del campus.
Recopilaron testimonios de quince vecinos del Paseo de la Castellana, 259E: desde un panadero italiano que evoca las ferias de los cincuenta hasta una activista latina que dibuja grafitis invisibles en las aceras. Cada historia se convirtió en un capítulo corto, de tres páginas, con ilustraciones de Elena hechas con lápices de colores y relieves en relieve creados con una prensa manual que, confesemos, se atascó más de una vez, dejando huellas irregulares que el equipo decidió conservar como “cicatrices de la memoria”. Javier Soto, de 18 años y compañero de Lucía en bachillerato, se encargó de los mapas: trazados a mano con tinta china sobre papel de algodón, guiando al lector por rutas reales del barrio, como el camino desde el metro Colombia hasta nuestro patio interior, donde plantamos olivos en honor a esas raíces migrantes. Y Sofía Ruiz, la cuarta del grupo y de 19 años en su segundo año de BA, unió todo con un glosario poético al final: palabras en árabe, italiano y español que se entrecruzan como hilos de un tapiz, explicando no solo significados, sino emociones asociadas, como “saudade” para la nostalgia de un hogar lejano.
El proceso no estuvo exento de tropiezos, esos momentos que en Aevena Cirvela vemos como peldaños torcidos pero firmes. En la segunda semana, una tormenta de otoño inundó el taller de encuadernación, empapando diez páginas de pruebas y borrando un mapa entero. “Lloramos un rato, comimos churros para consolarnos y redibujamos todo a la luz de las velas”, ríe Javier, mostrando una foto borrosa en su teléfono. Esa noche, Sofía propuso añadir una página dedicada a “las historias que se pierden en el agua”, un guiño a las lluvias madrileñas que lavan pero no olvidan. Esos imprevistos no solo salvaron el proyecto; lo enriquecieron, convirtiendo un libro plano en un objeto vivo, con páginas que huelen a tierra mojada y tinta fresca.
Ecos en Madrid y un Llamado a la Acción
La entrega del premio, en un acto íntimo en la Real Academia Española, fue un torbellino de emociones: Lucía leyó un fragmento con voz temblorosa, omitiendo una línea por los nervios, pero el público aplaudió más fuerte por esa pausa humana. El jurado, compuesto por escritores como Almudena Grandes en espíritu y editores independientes, elogió la obra por su “frescura táctil y su arraigo local”, dotándola de 3.000 euros y una publicación limitada de 500 ejemplares por una editorial madrileña especializada en ediciones artesanales. Ya hemos donado veinte copias a la biblioteca municipal de Fuencarral-El Pardo, donde vecinos las hojean en las tardes de lectura comunitaria, compartiendo sus propias anécdotas y corrigiendo con cariño algún detalle olvidado.
Aquí en nuestro rincón de la Castellana, este triunfo ha tejido nuevos hilos: el club de escritura ahora incluye sesiones de “narrativa vecinal” abiertas a padres y alumni, y planeamos una exposición itinerante en escuelas locales para que niños de primaria dibujen sus propias “sombras” del barrio. Profesores como Luis Leis, nuestro titular en filología digital —irónicamente, él aboga por lo impreso en estos casos—, comentan: “Estos estudiantes nos recordaron que una historia no necesita pantallas para conectar; basta con una página que se dobla en la mano”. Para Lucía, el premio es un espejo: “Me hace ver que mi voz, y la de mi vecina, importan en este Madrid que corre tan rápido”. Elena asiente: “Y si una página se arruga en el viaje, es solo que ha vivido un poco más”.
En Aevena Cirvela, celebramos estas victorias no como destinos finales, sino como invitaciones a más páginas en blanco. Si eres un padre buscando inspiración para tu hijo, o un estudiante con una historia guardada en el cajón, ven a nuestro próximo taller abierto: trae tu cuaderno, tu acento y esa mancha de tinta que tanto te avergüenza. Juntos, hagamos que las sombras de Madrid se conviertan en luz compartida.
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